Buenas noches


Tláloc Correa

Al salir del trabajo me dirigí a casa, el transito en las calles era abrumador y el ruido estrepitoso de las bocinas de los autos vecinos solo lograron que levantara la cortina de cristal de mi coche para dejar la estruendosa bulla en el exterior. Encendí la radio -Son las 8:15 pm- decía el locutor con una voz grave, después de eso siguió una serie de anuncios y propaganda política, así como una crema para el acné, pastillas para las hemorroides, y varias mercaderías que para mi resultaban inútiles o simplemente no cumplen con lo que pregonan. En fin, a la postre  comenzó la música, con las primeras notas reconocí la melodía, "Veneno en la Piel", de Radio Futura, y las siguientes canciones se mantuvieron en ese tono durante varios minutos. La marcha fúnebre de camiones y pequeños automóviles comenzó avanzar a mayor velocidad; al recorrer unos cien metros descubrí que el lento desplazamiento fue ocasionado por una mujer distraída y un conductor ebrio que violentamente se había impactado contra el coche de esa infortunada, que nunca imaginó que su vida terminaría en algún crucero de esta ciudad.

No tardé en llegar a casa, metí el carro al estacionamiento, saqué el portafolios y el saco de la cajuela. Subí por las escaleras, el ascensor otra vez estaba "Fuera de servicio" , al buscar las llaves dentro del bolsillo derecho del pantalón, descubrí que aun llevaba conmigo la caja de cerillos, prueba de mis encuentros ocasionales en un motel cualquiera, con alguna mujer ignota que no pide compromisos, solo su paga. 
Al entrar al apartamento dejé el saco y el portafolios en una silla que esta dispuesta cerca de la entrada para este propósito. Encaminé mis pasos al lavabo del baño, me miré los ojos cansados, el rostro fatigado, vi que aun tenía una contusión y huellas de uñas que usaron mi faz como lienzo para sus defensivos trazos. Me lavé la cara, tomé una toalla para secar esas pequeñas gotas que se aferran con sus invisibles manos  a las imperfecciones de mi rostro. Entré a la cocina, busqué un vaso donde beber un poco de agua, revisé el refrigerador  pero no había nada que interesara al apetito, cerré la nevera no sin cierta molestia, me dirigí a la sala con un vaso renovado de agua, me senté e intenté encender el televisor, pero las baterías del control remoto se habían agotado, me levanté con rastros de ira en mis movimientos y lo encendí. Después de varios minutos sin dejar algún canal  fijo decidí apagarlo e ir por una copa, donde verteré un poco de vino. Me volví a sentar en el sofá y me percaté del silencio que reinaba en la casa. En diez años de matrimonio era la primera noche que la tranquilidad cohabitaba conmigo. No habría reclamos, ni discusiones, ya no más.La noche anterior fue la ultima vez que oí esa voz sonora, aguda y fastidiosa que tenia mi mujer. Recorrí con la vista el apartamento y veo perezosamente que el desorden de esa ultima batalla con ella aún seguía ahí y que tarde o temprano tendría que limpiarlo. Me pasé las frías manos por la cara, como un intento para desprenderme de esa desidia que es muy natural en mi. Me levanté, un sonido llamó mi atención, fue el reloj que marcaba las 11:30 pm, con sus manecillas encerradas en la monotonía de su andar y pensé -Es hora de descansar-. Pasé a la cocina a depositar la copa con sedimentos de vino dentro del fregador, hice una escala al baño, oriné e imaginé que tendría que levantarme temprano por que mañana era un día de trabajo, como casi todos mis días. Entré en la habitación, mi mujer estaba en la cama, me acerqué y le di un beso en la frente, su pálida y fría frente,de mi boca se desprendió un -Buenas noches-, un susurro que no tenía sentido pronunciar. Me acosté a su lado y dormí. Al despertar descubrí que seguía ahí, muerta, como hace ya dos días en que mis manos terminaron la discusión, al segar su ultimo suspiro en la garganta. Me levanté y me dije -Tengo que ir a trabajar-.

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